Lunes, 25 de Diciembre de 2000
La Navidad olvidada
por Nibaldo Mosciatti
Artículo publicado en El Mostrador
Por comodidad, por conveniencia política, por hastío o
simple alzheimer, los presos de la Cárcel de Alta Seguridad
están en el olvido. Quedan 32. Son mayoritariamente jóvenes.
Originalmente tenían derecho sólo a una visita al mes, por
media hora y a través de un vidrio. Luego de presionar
realizando huelgas de hambre, han conseguido lo que tienen. Es
poco: dos visitas por mes, de 11 a 18 horas, reservadas sólo a
los familiares directos, en un subterráneo del penal. Los que
tienen hijos, pueden recibirlos todos los domingos, pero si el
niño es mayor de tres años, debe ingresar solo a la visita; la
madre queda afuera.
Otras privaciones: no pueden tener computadores, no se les
permite realizar llamadas telefónicas, se les ha negado tener
televisión por cable -pagada por ellos-, bajo el argumento que
sería "peligroso" (cuando en verdad lo peligroso para
cualquier persona normal es restringirse a la televisión
nacional). No entra cualquier libro. Costó meses que se
autorizara el ingreso del ya clásico "Vigilar y
castigar" del filósofo francés Michel Foucault. Dejaremos
de lado las ironías que vienen a la mente.
Judicialmente, están siendo sometidos a una perversión. Ellos
están cumpliendo penas dictadas por los tribunales ordinarios,
donde se les aplicó la Ley Antiterrorista, que eleva las
condenas (ley aplicada en forma errónea, según opinión del ex
ministro de Justicia, Francisco Cumplido, redactor de esa ley).
Sin embargo, durante el gobierno de Patricio Aylwin, la Justicia
Militar les inició otro proceso, por los mismos hechos, pero en
virtud de otra ley. Y la Justicia Militar simplemente no ha
cerrado los procesos. Así, no pueden acogerse a ningún
beneficio que les correspondería. Por ejemplo, algunos de los
presos -como Andrés Jordán y Juan Aliste- ya cumplieron su
período de condena decretado por la Justicia Civil, pero siguen
encerrados por estar procesados por los tribunales militares,
aunque éstos -y uno podría decir que planificadamente- no
agilicen ni cierren los procesos.
Jordán fue detenido cuando tenía 16 años. Ahora tiene 25. Ya
cumplió su condena, pero la Justicia Militar lo mantiene cautivo
gracias a ese procedimiento descrito. Podría darse el caso de
que la Justicia Militar, cuando se digne cerrar el proceso, lo
condene por una pena más baja que los años ya cumplidos bajo
encierro. No sería raro.
La solución a estos casos sería bastante simple: una mayoría
simple en el Parlamento para aprobar un artículo aclaratorio
para la Ley Cumplido, que los Tribunales Militares cierren los
procesos. Pero, por sobre todo, que esas 32 personas no sigan en
el olvido. Hay una cierta tendencia en nuestro país de enfrentar
los problemas ignorándolos. Cuando en ellos están involucrados
destinos de personas, de familias, esa actitud revela desprecio
por el otro, el primer paso para tolerar lo intolerable (después
llegarán los argumentos de que "algo habrán hecho" o
"no eran blancas palomas" con que se justificaron las
violaciones a los derechos humanos).
La descripción -somera y superficial- de sus condiciones de
encierro es ya suficiente para hacer comparaciones con las del
penal de Punta Peuco, donde los condenados por ejercer el
terrorismo de Estado viven cómodamente, con computadores y
celulares, servidos por subordinados. Se dirá que son
comparaciones odiosas. Podría replicarse que las obvias
comparaciones que las dos realidades sugieren son las que pueden
generar sentimientos de odio.